Llamado «boliche» en España, es también conocido en América. En México lo denominan «balero». No hemos podido precisar cuando fue introducido en Santa Cruz, aún cuando parece que se jugaba a fines del siglo XIX. En el presente, su empleo era corriente más o menos hasta mediados del siglo XX en la ciudad, aunque subsistió en las provincias.
Inicialmente consistía en una bola redonda, de aproximadamente siete centímetros de diámetro, con un agujero circular; por el lado opuesto tenía una cuerda de veinte centímetros, unida a una especie de lápiz, que encajaba en el agujero de la bola. Los «enchoques» preferidos eran los hechos de guayacán, perfectamente torneados y pulidos; también los había de tajibo, madera igualmente pesada.
Perdido por un tiempo, el enchoque clásico descrito al principio ha regresado últimamente a manos de los chicos, aunque no con la profusión anterior.
Alrededor de la cuarta década del siglo XX fueron conocidos los enchoques con cinco agujeros, traídos de la región occidental del país, donde se los conoce con el nombre de «chocos». Las niñas utilizaban una variante de este juguete, que consistía en una bola pequeña, la que debía caer en la cavidad de un extremo del mango, especie de carrete, de unos tres centímetros de diámetro.
Esta era la manera de jugarlo: Se sostenía el mango verticalmente con una mano, mientras la bola prendida de la cuerda; con un movimiento de impulso la bola debía elevarse y caer sobre el mango, de manera que la parte superior de este encajara en el agujero de la esfera. El siguiente paso consistía en sostener la cuerda por la mitad con la otra mano, y con otro movimiento impulsarla de nuevo desde esa posición para que, dando una vuelta completa, cayese de nuevo y quedara ensartada. Esta operación se repetía una y otra vez hasta fallar. Eran las «carambolas», y nos consta que podría efectuarse hasta más de cien por los hábiles en el juego.