Palo encebado

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La fonética popular cruceña omite la «d» de ensebado, o sea cubierto con sebo. El nombre en castellano es cucaña, formado a través del italiano chocagna, proveniente del latín coquere, cocer, cocinar.

Este juego popular se dice que tuvo su origen en Nápoles, Italia, en el siglo XVI. Inicialmente consistía en formar, en una plaza, una pequeña montaña de tierra que representaba al Vesubio, el conocido volcán que, con su erupción en el año 1989, sepultó en ceniza volcánica y lava las ciudades romanas de Pega y Herculano, en la costa del Mediterráneo.

En el juego popular, del cráter formado en el centro del montículo, los napolitanos hacían botar salchichones, macarrones y otros comestibles, que caían por sus laderas y eran recogidos por los espectadores para cocinarlas, lo que originó su nombre.

Posteriormente, se reemplazó el montículo por un poste alto plantado en la tierra, untado con sebo y/o jabón, en cuyo extremo superior eran colocadas aves, salchichones y demás, como premio para quien alcanzara la punta. Fue algo infaltable en las fiestas de carácter popular hasta el siglo XVII.

De Italia pasó a España, ya con la última característica, donde se lo utilizó en el mismo tipo de festejos, con gran acogida por la población. Incluso llegó a ser plasmado al óleo en un cuadro por el famoso pintor español don Francisco de Goya. Con el descubrimiento y conquista de América, el juego de la cucaña llegó hasta nuestra tierra, donde perdió su nombre original para ser reemplazado por el de «palo ensebado», con el que por sus características lo bautizó el cruceño, utilizando términos del habla popular y quitando la «d» al uso corriente, como se dijo antes.

El juego del «palo ensebao» se extendió por todo el departamento y se lo practica en toda clase de festejos, ya de tipo religioso, ya en conmemoraciones cívicas, o locales de cualquier carácter. Los premios acostumbrados consisten en telas, pañuelos, botellas con licor («trago») e incluso dinero. En la ciudad todavía se lo practica en el «Día de la Tradición».

Se utiliza un palo recto, de alrededor de ocho metros de largo sin contar la parte enterrada que mide como un metro o más, para darle fijeza; el diámetro, en la base, está entre los treinta y los treinta y cinco centímetros. En la parte superior se cruzan dos maderos horizontales que generalmente sostienen un aro hecho de bejuco, el que lleva pendientes los premios; estos consisten en pañuelos, cortes de tela, dinero, alguna botella de licor y otras cosas que signifiquen alicientes para alcanzarlas.

El palo se embadurna completamente con sebo o jabón para dejarlo lo más resbaladizo posible, dificultando la ascensión. Sin embargo, los que pretenden subir a él se proveen de maneas para los pies y llenan sus bolsillos o bolsas que llevan a propósito, con arena y ceniza, para contrarrestar o paliar el efecto del sebo. Untados con eso, brazos, manos y pies, y maneados, se abrazan al madero para trepar fuertemente abrazados a él. Muy pocos lo consiguen al primer intento, algunos lo intentan varias veces. A medida que los trepadores van ensayando, la acción del frotamiento con la arena y la ceniza hacen disminuir lo resbaladizo del palo, y el que llega a coronarlo baja cargado con el ansiado botín que tiene el doble valor económico y de triunfo sobre los demás.

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