Sortija

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Esta diversión popular parece tener sus raíces en antiguas competencias realizadas a caballo por pueblos del cercano Oriente o del oeste de Europa. La modalidad con que ha llegado hasta nosotros se habría originado en el continente europeo, a invitación quizá de los torneos que efectuaban los caballeros medievales, en escenas de combate entre ellos.

Inicialmente se valían de una argolla o aro bastante más grande que el actual, pendiente de una cinta colocada a cierta altura, el que debía ser ensartado con la punta aguzada de una vara o lanza corta. Con posterioridad se reemplazó la vara por un palito y se redujo el tamaño del aro. Los peninsulares venidos a América trajeron consigo este juego, conocido por ellos como «Correr sortija». Acá se volvió muy popular, siendo uno de los números más atractivos en diversos festejos. Hasta mediados del siglo XX, por lo menos, el «juego de la sortija» se practicaba en las calles de esta capital. Hoy queda relegado a poblaciones de provincias, aferradas todavía a sus verdaderas tradiciones.

Para jugar sortija, los jinetes se agrupan en un extremo de la pista, que por lo general es una calle del pueblo, detrás de la línea marcada para la partida. Aproximadamente a treinta metros de ella está tendida una cuerda, de una acera a la otra, a una altura conveniente para este trance; del centro de ella se suspende un disco liviano, de unos quince centímetros de diámetro, con una perforación al centro, apenas algo más ancha que el grosor de un dedo. El disco o sortija más usado era el de hojalata; hace algún tiempo lo hemos visto de plástico.

El jinete debe salir y continuar al galope para introducir en el agujero de la sortija un lápiz o palo semejante, que lleva en la mano apuntando a la perforación. Si lo consigue coloca el disco en su lugar y pasa a recibir su premio; de lo contrario, le corresponde el turno al siguiente jugador y así sucesivamente, hasta agotar los premios.

Un grupo de muchachas se coloca en la acera, cerca del extremo de la cuerda, para entregar por turno las preseas a los que culminan la prueba con éxito. Estos premios, consistentes en ramitos de flores artificiales, se colocan en el pecho del participante, a manera de condecoraciones. Existe un jurado para hacer cumplir la línea de partida, la velocidad del galope y la introducción del palito, para evitar que la sortija sea desprendida de su soporte con la mano. El público se convierte en vigilante y bullicioso colaborador del estricto cumplimiento de estas reglas.

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