Esta diversión, que alcanzaba no sólo a la muchachada sino a jóvenes, era bastante corriente en el campo, los pueblos y la misma ciudad hasta hace pocas décadas, mediados del siglo XX. Por lo común, en la campiña se hacía el «topo» con chala de maíz, en forma de bola muy achatada, de unos seis centímetros de diámetro en su parte ancha, aunque podría tener menos o más, pues no existía regla fija. La parte delantera de esta especie de rodete es lisa, mientras que en la punta se sujeta un penacho de plumas generalmente de cola de gallo, para proporcionarle estabilidad.
En algunos pueblos, así como en la ciudad, el rodete se lo hacía con trapos, siendo invariables las plumas. No era raro ver competencias de «topo» en las calles, o en los patios de las viviendas campestres.
Este juego consiste en colocarse ambos contendientes a cierta distancia uno de otro, cinco a siete metros, cada uno detrás de una línea marcada sobre el suelo. Para impulsar el «topo» hacía el adversario se utiliza la palma de la mano a manera de raqueta, dándole un golpe, que el oponente debe responder de igual manera, continuado alternativamente; si se lo deja pasar o caer se pierde un punto, así como si el «topo» cae antes de llegar a la línea del otro jugador. Esto es válido para ambos.