El tambo del tigrillo

El tambo del tigrillo
El término tambo no equivale en el boscoso oriente a posada o alojamiento, como en el montañoso occidente, sino a conjunto de modestas viviendas, lo que los argentinos dicen “conventillo», pero más pobre aún y de pergeño más humilde.
El tambo era un hacinamiento en línea de casas de tabique “cuarterio» las más de las veces reducidas y con un patio común en sus interiores. En cada habitación vivía una familia, o dos o más, con la estrechez y la incomodidad a que los pobres tenemos que habituarnos mal que nos
pese. Felizmente los tiempos han cambiado, y de los tambos que eran muchos hasta hace un cuarto de siglo, sólo se conservan los nombres en la tradición: Tambo Cosmini, Tambo Encaramao, Tambo Hondo, Tambo «Linpio» (así estaba escrito bajo el alero de su frontis), etc., etc.
Existe hasta ahora, bien que ya con otra catadura, el llamado «Tambo del Tigrillo», al final de la calle Charcas, entre el primero y el segundo anillos de circunvalación de la modernizada ciudad.
¿Por qué el nombre aquel de «Tigrillo»? Ahí va la respuesta.
A mediados del pasado siglo ocupaba un cuarto de este tambo una mujer del pueblo, viuda y con algunos críos que el difunto le había dejado, pero frescachona, donosa y apetitosa todavía. No faltaban solicitantes de sus favores y sus gracias, pero ella los resistía dando muestras de firmeza y de saber sentarse bien, como para no caer de espaldas. Y para mayor seguridad acudió a los auxilios y confortativos de la santa religión. Oía misa los más de los días, no se perdía novena ni quinario en su parroquia de San Andrés y hasta hizo buenas migas con el piadoso e inofensivo sacristán.
La parroquia, de su parte, le brindó afecto y confianza, y en prenda de esta última iba y venía el sacristán con encargos parroquiales. Dos o tres veces por semana, entradita ya la noche, llegaba el sacristán al cuartucho de la viuda, por el lado de atrás, es decir por el patio, y saludaba a voz en cuello, de modo que los del tambo pudieran oírle.
Buenas noches nos dé Dios, misia Panchita.
Aquí le traigo las cosas de la iglesia pa que las lave, como es su devota costumbre.
Pase don Este… Y veamos la lista.
Entraba el sacristán con el atadijo de los lienzos sagrados por lavar, y como éstos seguramente eran muchos, ahí se detenía para hacer la cuenta menuda, sin que los demás moradores del tambo supieran hasta qué hora.
Vino en eso la época de calores. Los del tambo, en su mayoría, sacaban las esteras al patio para descansar con algún frescor, y lo propio hacía la viuda, salvo que más lejos, casi al fondo del canchón y junto a la frondosa arboleda en que éste concluía. No faltó un osado que pretendió acercarse a turbar el sueño de la viuda.
Se aproximaba ya a ésta cuando oyó el gruñido de un animal felino, y tuvo que echar para atrás más que de prisa.
Igual pasó con algún otro que se atrevió a lo mismo. Llegó de este modo a la suposición de que la viuda tenía por ahí cerca, para su guarda y defensa, un cachorro de tigre u otro felino semejante.
Peor la hubo uno del vecindario que no haciendo caso del gruñido, avanzó más y se dispuso a perpetrar el asalto.
A éste le cayó de pronto, desde un cupesí que había allí mismo, el propio felino que gruñía. Pudo el atacado zafarse al instante, más no sin sacar unos araños y alguna dentellada.
Al día siguiente todo fue comentar en el tambo el peregrino suceso. Alguien más avisado observó de que no podía haber animal de esa naturaleza en un canchón que todos conocían.
De la duda a la sospecha de ésta a preparar la pesquisa, todo fue uno.
A eso de la media noche subsecuente el grupo de pesquisantes se deslizó dentro de la arboleda, con toda la sutileza y precauciones que el caso requería. El de la primera duda y autor del plan, que comandaba la partida, acercóse al cupesi y tras de hurgar sus ramas con un palo puntiagudo, gritó triunfalmente:
-Aquí está el tigrillo. ¡Vengan a verlo!
El tal se había dejado caer del árbol y estaba ya en manos del anunciante. Era nada menos que el sacristán de San Andrés, que así velaba el sueño de la viuda, quizá con fines ni muy piadosos, ni muy desinteresados.
Desde ese día en adelante la alejada casa de vecindarios fue conocida por todo el mundo como: “El Tambo del Tigrillo».

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