La calle brava

santa cruz leyendas mitos calle brava

Esto es del siglo pasado, según lo acreditan viejos de buena memoria, que aman y conservan la tradición puebleña.

La calle en cuestión gozaba de siniestra fama por los desórdenes, turbulencias y reyertas que en ella se sucedían. Aparte de estar montadas allí algunas pulperías donde se despachaba pisco Cinti y resacao paisano, a todas las horas del día y no pocas de la noche, prójimos de allende la sierra habían instalado de su parte bodegones al modo andino, en los que se expendía el vino rubio de maíz mascado, vulgo «chicha colla».

Con tales elementos en disponibilidad, los devotos de San Bebercio y los gimnastas del codo estaban allí a sus anchas y como peces en el agua y loros en el maizal. Tenían allí para escoger entre lo corto que olía a cañón y lo largo que olía a chamusquina. Y no había preferencia por ninguno, pues con sólo cruzar la calle o ir de una puerta a la otra estaba hecho el menjurje entre pecho y espalda.

Así las cosas, el estado de ánimo de quien discurría por allí, aunque de ordinario fuera apacible y sereno, con lo largamente consumido, no podía menos de tornarse quisquilloso y camorrista y con el fósforo pronto a encendérsele y arder en los puños. Por cualquier disgusto o «malentendido» se armaba el zafarrancho, y allí era la de dar y recibir mojicones, puntapiés, torniquetes y hasta botellazos, jonazos y tal cual puñalada.

La policía era impotente para poner freno a los desmanes. Si algún «sereno» pretendía imponer el orden, los contendientes, dejando momentáneamente la gresca, mostraban al guardián del orden público lo público de la calle y lo quebradizo del orden, y el mísero tenía que desandar lo andado e irse con su pito a lugar más seguro. Y cuando un «ronda» (oficial de gendarmería) llegaba con gente armada y hacía lo que era menester, llevando a los bochincheros a «dormir su aguardiente» en la «cuadrada», más tardaba en cargar con éstos que los otros en armar una nueva batalla.

En eso llegó un señor con nombramiento de comisario de la «policía de seguridad». Era un sujeto rollizo, fornido, y con pinta de guapo. Apenas enterado de lo que pasaba en la dichosa calle, sacudió los hombros, atuzó el bigote y sentenció severamente:

-¡Esas son pavadas!. Lo que pasa es que los tipos de la tal calle no se han encontrado aún con la horma de sus zapatos… Ya se las verán conmigo… Me basto yo solo para ponerlos en vereda y darles a saber con quién casó Cañahueca.

Llegada la noche, metió el revólver en la revolvera, introdujo un laque a lo sesgo del cinturón y salió de la comisaría con rumbo directo a la calle de la siniestra fama.

Al día siguiente sus colegas de la guardia fueron a buscarle, para saber de la aventura. Le encontraron poniéndose unos fomentos de salmuera sobre la frente y las sienes. Tenía la cara hecha un mapamundi de magulladuras, moretones, chinchones, peladuras, araños y picotazos. Los ojos eran como dos carbones apagados entre hoyos de ceniza y los párpados yacían semi-atirantados como tamboras de camba.

No esperó a que le preguntasen nada. Apretando parches y arrimando fomentos, murmuró por lo bajo:

¡Brava había sido la calle, che!. Brava, brava…

Así quedó aquélla bautizada como «La Calle Brava«.

santa cruz leyendas mitos calle brava

Deja un comentario