Con esta denominación era conocida hasta no ha mucho la esquina del lado noreste formada por la intersección de las calles denominadas Independencia y Suárez de Figueroa.
De más está decir que las tres ventanas de la tradicional denominación no existen ya y que la casa donde aquéllas estaban ubicadas, aunque la misma hasta hoy en sus partes principales, ha cambiado tanto de sustancia y pergeño, que bien puede decirse es otra, dotada de todas las
comodidades y los acicalamientos de la moderna época.
Allá por los tiempos del Rey era dueño de aquella casa un señor de los de vieja alcurnia, que entroncaba por más de un abuelo con los primeros pobladores de la ciudad grigotana. Esta razón y la de poseer «establecimientos” en la campiña norteña, estancias de ganado en Urubó y merecer con frecuencia los honores de una regiduría en el cabildo, le permitían darse corte mayúsculo, mirar por encima a los más de sus prójimos y no consentir en que nadie fuera a ganarle o venírsele encima.
A La casona de su residencia tenía las partes social y ganancial del lado de la calle hoy Independencia. Consistían las tales en el espacioso salón de las visitas y las recepciones y el no menos espacioso destinado a la venta de los productos de las haciendas del Norte. La parte más propiamente de vivienda era la situada sobre la transversal con la que aquélla hacía esquina. Allí se abría el amplio acceso a los interiores, consistente en un macizo portón de doble hoja.
Desde el portón hasta la propia esquina corría un gran trecho de muro escueto, sin otra alteración que una ventana de singular acabado.
En la ventana había puesto el dueño de casa toda su ufanía y cifraba en ella satisfacción y orgullo. A diferencia de todas las que en la modesta Santa Cruz de entonces sólo mostraban un parvo cancel de babaústres de madera torneada, la del señor estanciero y regidor tenía reja de hierro, con largos y entrabados barrotes, amén de molduras y arquitrabes.
Era, pues, una señora ventana, con privilegio de valiosa y única. Pero sucedió que otro señor de análogas condiciones vino a edificar casa propia, con fachada sobre la misma calle. Llevado por la emulación dio en la competencia y el desafío, y dispuso la colocación de ventana exactamente igual a la del vecino, frente a ésta y como en actitud de careo.
Al ver tamaño atrevimiento, el hacendado y regidor montó en cólera y recogió el guante del desafío, no sin expresarse del atrevido en la forma que era de esperar.
¡Con que esas tenemos! -dizque tronó, iracundo y despectivo. Ya verá Don Pocacosa cómo procede quien es y puede más que él…
Y al día siguiente mandó que le hicieran otra ventana, a continuación de la primera, idéntica a ésta y a la del inesperado reto.
Pero el vecino del frente no era hombre que se dejase amilanar y estaba dispuesto a mantenerse en la pugna. Sin vacilación alguna mandó a su vez, en el corto trecho de
pared libre que le quedaba, se le acomodase una nueva ventana, igual en todo a las anteriores.
La dúplica hizo que el desafiado sintiese dentro del cráneo un como estallido de cohetes y petardos. Pero no era razón de asumir actitud de pelea, sino de encarar a lo hidalgo y replicar con hechos de la especie en pugna.
Aunque reducido ya el espacio que le sobraba entre la segunda ventana y la esquina, hizo que allí se le abriese y construyese una tercera, similar en un todo a las precedentes.
Vamos a ver ahora qué hace aquel ordinariote metido a «gente» –sentenció, mirando por encima del hombro.
El aludido nada hizo. Mas no porque le faltasen ánimo y recursos, sino porque le faltaba pared.
Y así nació aquello de «La Esquina de Tres Ventanas«.